La alegría de las mujeres 2

Las mujeres y el amor

La alegría femenina

María Estela GarcíaTorres Cruz

El tema de la mujer, lo voy a abordar desde la filosofía simbólica, buscando una interpretación que a través de los símbolos y en los arquetipos de la antigüedad encontremos sabiduría que nos puede ayudar a reinterpretar el símbolo de lo femenino. Al entender de este modo lo femenino, considero que se puede fortalecer a las mujeres, interpretando este símbolo para tener poder espiritual, recordando a Durand que define lo espiritual por ejemplo en el diálogo interior y no en el contexto religioso.

Querer igualar el poder de los varones ha convertido las actitudes de las mujeres en aspectos muy androcéntricos.

En este sentido voy a referirme al dios Dionisio de la época griega en la antigüedad, en el que hay más semejanza al carácter femenino. A Dioniso se le identifica más con la naturaleza, por eso es un Dios femenino, cuando se realizan los rituales a Dionisio se procura estar en un santuario, al aire libre en un campo, en un espacio siempre verde. Es también un lugar donde cantar y saltar para bailar.

En el baile se inunda el cuerpo de alegría; y se sabe que había una isla de las mujeres, en la que realizaban rituales, en donde danzaban y cantaban, solo que se tenían que alejar de la ciudad, para poder cantar, ya que en la ciudad no es muy bien visto que las mujeres sean más naturales, que incluso entren en un trance divino, cuando están contemplando el cosmos y se reúnen con otras mujeres a cantar. En este sentido cuando las mujeres se vuelven demasiado citadinas, van perdiendo su contacto con la naturaleza y entonces son menos alegres, casi podría afirmar que cuando las mujeres hemos perdido la cercanía con la naturaleza, nos volvemos extranjeras en la ciudad, al punto que muchas se han masculinizado, llegando a ser guerreras y están imitando a los hombres en el carácter bélico de la ciudad, demasiado organizada, obsesiva de la productividad, como son las conductas en la ciudad, son en extremo competitivas y generan una competencia a veces despiadada.

Marcel Detienne, en su libro “Dionisio a cielo abierto”, destaca el carácter espontáneo de Dionisio, al que las mujeres le realizaban bailes en el campo, a cielo abierto. Esta cualidad es venerada por los que trabajan la tierra, y en este sentido considero que la mujer tiene un carácter terrenal, de ese modo sabe jugar, ser espontánea, cantar y cultivar los alimentos para sus seres queridos. Y por eso a mi me parece que mucho de la esencia femenina, en el aspecto espiritual o la energía que posee, si es para el otro, ya que cuidar, no tiene otro propósito que acompañar, cuidar, susurrarle una canción, alimentarlo.

La presencia de Dionisos en estos campos se reconoce en una simple yerba, en un retoño que brota espontáneamente y crece por sí solo. Ese modo de crecer, espontáneo sería el carácter de la esencia de lo femenino que la ciudad le arrebató a la mujer. Se civilizó y se le hizo creer que yendo a las fábricas y a las empresas donde trabajan los hombres iba a adquirir libertad, sin embargo, ahí es donde se hizo extranjera. Perdió su vínculo con el cosmos, con el cielo estrellado, perdió su ciclo lunar, olvidando las curas naturales ancestrales con yerbas, hoy quieren todo arreglarlo con una píldora medicinal.

Cuando la mujer es más natural, cuando reconoce sus fuerzas soberanas en su intuición, entonces es rebelde realmente, no se la puede clasificar y por eso resulta ininteligible, y tampoco se la puede ordenar qué hacer o cómo comportarse. Pero lo que sucede es que la mujer natural, respeta a lo divino que hay en su interior, y descubre muchos misterios de la existencia, la intuición es el verdadero poder de la mujer. Pero al haber sido domesticada en la civilización androcéntrica se desvaneció esa fuerza mística, lunar, intuitiva.

Se podría decir que la mujer posee un arte adivinatorio que le fue enseñado al Dios Apolo por mujeres, este Dios es más solar y edifica muros y ciudades. Enseña matemáticas y ciencia que es propio del carácter masculino, que podría ofrecer ciertamente un refugio a la mujer, pero como el mismo hombre desconoce su parte femenina, edificó en un tono guerrero, de pura ciencia y matemática, con rigor y obsesión.

Cuando las mujeres tenían rituales en la naturaleza, se untaban de miel, de esencias florales, de perfumes, ungüentos de yerbas aromáticas, danzaban a la luz de la luna y entraban en una especie de éxtasis por medio del cual encontraban efervescencia en su interior, al punto de que decían la verdad sin tapujos y descubrirían toda la verdad para ella y para la comunidad.

La manifestación de poder de lo femenino es aquello que se relaciona con lo divino, más que con la racionalidad excesiva masculina, con un materialismo y con una producción acelerada, con un tiempo vivido en la premura y en la falta de placer, de reposo, en la carencia de contemplación y en la ausencia de alegría y placer dichoso.

Lo divino en la mujer pertenece a mujeres de épocas antiguas, a veces se remonta a 6000 años, en donde no es que existiera matriarcado, sino una línea de poder basado en la armonía con la naturaleza, en la relación familiar cercana a la paz y la concordia.

Nuestra época nos obligó a asistir a universidades creadas en modelos androcéntricos, de rigor, de disciplina, de orden, de deber. Ahora las escuelas, facultades, se aceleran en información, datos, estadísticas, estándares. Todos los universitarios andan con prisas, con presión, muchos sufren de ansiedad, apenas les da tiempo de medio dormir, de mal comer, y de no aprender, quizá muchos tienen buena memoria, y quizá un buen razonamiento, pero no aprenden, pues si aprendieran, aplicarían de forma creativa sus conocimientos a este mundo.

Todo esto pasa, porque nos falta revalorar lo femenino, tanto en hombres como en mujeres. El problema de la violencia no viene porque nos falte igualdad con los hombres, viene porque no se valora o se empodera lo femenino, que por símbolo significa, ternura, amor, dulzura, comprensión, diálogo abierto y espontáneo, no diálogo guerrero en donde los contrincantes descalifican al otro, diciendo, por ejemplo, te falta hacer una definición exacta. No tienes evidencias. Te falta información. O cualquier otra forma de descalificar que es claramente una actitud masculina guerrera.

Tenemos que construir el mundo de forma más femenina, que es una forma más suave, más acompasada a los ritmos de la naturaleza, a las estaciones, a los ciclos lunares. Tenemos que volver a actuar más con nuestro divino femenino que es la manifestación de la compañía armoniosa, dice Detienne, “las divinidades de la luz, que son las madres de la alegría brillante” (2003, p. 11)

Tendríamos que ser poetas de una ciudad cercana a la naturaleza y donde reine la sabiduría, parte de ésta se da en tener fe en lo divino, en la energía del cosmos, en volver a interpretar la vida en parte por el lenguaje del cielo. Por ejemplo, con júpiter y su fuego purificador, que regala energía y es generoso. En volver a interpretar el amor con Venus que es encanto y amabilidad, es simpatía. Hoy las relaciones entre los jóvenes se constituyen solo con el impulso y en el juego sin consecuencias, sin afectos, son solo pasión y deseo corporal sin alma.

Es necesario volver a la relación sagrada con la naturaleza y entonces nos dejaríamos guiar por la intuición, ahí no hay conflicto, no hay lucha ni guerra. Ahí lo cotidiano se integra con lo mágico que está en las pequeñas cosas de la vida, en los afectos, en los sentimientos refinados, en las largas pláticas con sensibilidad. En la paz de un atardecer tomando un té con un familiar o amigo. Entonces se podría embellecer sutilmente cada rincón de nuestra existencia.

Hoy casi nadie tiene tiempo de reunirse con amigas a una comida, porque “tengo prisa” hay que producir y entonces nuestros espacios familiares que construían las mujeres se llenaron de informes, de estadísticas, de proyectos académicos, de producir y producir aceleradamente, y la intuición se acalló, el tiempo de calidad se desvaneció.

Entonces se podría hablar más que de poder de las mujeres por querer ser un varón, se hablaría de la soberanía en el poder creador de lo femenino. Y es así como en la comunidad se construye sinfonía.

Si seguimos los ciclos de la luna, somos más libres para fluir con el alma, quien le da el poder a nuestra vida, porque surge la esencia de cada uno, que sabe cómo realizar lo más bueno para sí, que siempre coincide con lo más bueno para los demás. De esa forma es como nos volvemos honestos, veraces, porque no tenemos que engañar a nadie. Se puede ir en una barca de amor que posee una alta frecuencia que es sanadora. Así podremos acceder a una cultura de paz.

Es necesario volver a los rituales con la naturaleza, a caminar descalzos sobre la tierra y el pasto. A contemplar las estrellas, pues dice la astrónoma Michel Thaller, “estamos hechos de materia cósmica estelar.

Podríamos cambiar la cultura planetaria, si las mujeres volvieran a su esencia con la naturaleza y convocar a fuerzas espirituales amorosas, que den a su pareja, hijos, familia, compañeros un lugar de refugio, de curación, para poder ofrecer a los otros cuerpos puros y refinados, sin comida llena de toxinas, se equiparía a todos los que estén cerca de esos santuarios, con grandes poderes mentales, con almas sabias. Ofrecer a los otros este lugar ceremonial es el verdadero amor.

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